Empecemos con los porqués (y lo que significa ser un rolling stone)...

¿Qué significa ser un rolling stone?

Las razones, obviando nombres y penas, ya han sido dichas en su mayoría. Sin embargo, no ha de perderse de vista que, con asiduidad, los detonantes son solo máscaras de un deseo subyacente, la escenografía rutilante de un guión apesadumbrado y sombrío. El asunto estriba en que lo que cataliza, no es necesariamente lo que mueve, es decir, el favorecimiento de las condiciones para emprender o, inclusive, acelerar cualquier proceso, no acaba nunca por fundamentar plenamente las motivaciones. Por esto, supongo, se justifica esta nueva entrada.

Sísifo, desde la Edad Oscura, fue considerado por propios y extraños al Mundo Egeo, como el más sabio, astuto y vivaz de los hombres. Un Salomón helenizado, si se quiere. No se extraña, por consiguiente, que se le vincule, desde ciertas tradiciones, como un antepasado del eximio Odiseo, fecundo en ardides; incluso que se haya barajado la posibilidad de que fuera su padre, habiendo concebido con Anticlea al futuro rey de Ítaca, antes de que ella se estableciera formalmente con Laertes. Aunque corría por su sangre el poder celeste e inmortal, y de ambas vertientes de su ascendencia, la mitología ha sida enfática en reconocer que sus acciones, las de Sísifo, tendieron siempre a la transgresión de los límites absolutos de la vida en sociedad. Nada inusual entre los más célebres integrantes del panteón griego, por supuesto. Pero en este caso no se trataba de un tipo que caminaba de puntillas en la línea ínfima que separa el bien del mal, sino de uno que se dispensaba gozoso entre la mentira, el exceso, la avaricia y el homicidio.

Por esto, como sabemos, fue condenado por Zeus, quien había sido también víctima de sus difamaciones (ὕβρις), a la reclusión y la ignominia, entre las profundidades del Tártaro. Tánatos, sirviente del supremo gobernante del Olimpo, asió los grilletes y trató de ajustarlos con violencia a las extremidades de nuestro héroe. Pero el Rey Sísifo, en un derroche de astucia, solicitó un último deseo. Quería presenciar una demostración del funcionamiento de las cadenas, y justo cuando Tánatos le complacía, Sísifo lo atrapó en estas. Ante esta situación, se expandió por la Tierra una onda de bienestar que acercó a los humanos a la condición de seres inmortales. Ares, víctima de un Edipo antes de Edipo (y de Freud, naturalmente) que lo haría combatir a su padre por el resto de la eternidad, se puso en esta ocasión del lado del cronida, no por defender su honor o sus intereses, sino porque odiaba la vida sin la desesperación de la guerra, la sangre, y las pérdidas humanas. Por consiguiente, liberó a Tánatos enviándolo al inframundo, junto al desdichado Sísifo, bajo la custodia de Hades. Antes de su descenso último, el Rey habría dicho a su esposa que no ofreciera libaciones ni sacrificios rituales en su nombre, lo que a la postre supondría el subterfugio idóneo para convencer a Perséfone, el rapto por excelencia de Hades, de permitirle regresar a la superficie, y así someter a su desconsiderada cónyugue al más edificante de los castigos.

De esta forma, Sísifo volvería a su patria, Ephyra (Corinto), con la decisión tomada de no regresar jamás al inframundo. El peso inconmensurable de la jerarquización entre las divinidades helénicas obligaría al miserable Sísifo, después de algunos años, a retornar —subyugado bajo el poder de Hermes— a las profundidades de la morada de Hades, mas esta vez a cumplir la sentencia que lo haría célebre. Nuestro héroe habría de empujar vigorosamente una piedra hacia la cima de una pendiente empinada, solo para observar impotente que, cuando casi lograba la consecución de su objetivo, la colosal esfera pétrea rodaba cuesta abajo donde esperaría, nuevamente, sus brazos extenuados para repetir, por eones, la inasequible tarea.

Será en otra ocasión que me extienda sobre algunas de las cientos de interpretaciones que se han realizado respecto a la significación y trascendencia de este personaje. No obstante, dudo que exista alguna que pueda atreverse a renegar de que en Sísifo, justo en el corazón de la angustia que reviste su mito, hay movimiento. Su condena, por consiguiente, entraña una dinámica interna tan pero tan acelerada, que pareciera —mediante un encubrimiento— procurar algo más allá del absurdo que le imposibilitó eternamente a conseguir su objetivo. Su “castigo” radica en la impotencia de ser solo potencia en lugar de acto, per omnia saecula saeculorum.

Aunque se puede discurrir hasta el hartazgo sobre por qué la historia de Sísifo resulta más pertinente y relevante que nunca en estos tiempos hiperconectados y vertiginosos, lo que me interesa es acentuar, en esta primera exposición, que, en su mito, apreciamos siempre una actividad incesante. Y este mismo rasgo, el fuego heraclíteo, se pretende germen de los textos que se publiquen en esta página; ya sobre cine, artes plásticas y performativas, literatura, política, cultura, farándula, moda, música e historia del pensamiento. A algunos de estos tópicos dedicaremos muchas palabras en las próximas entradas, a otros, probablemente ninguna, más por incompetencia e ignorancia, que por falta de voluntad.

Para concluir, he de arrojar una pista más que, no obstante, se ha erigido, sin darme cuenta de ello, como una obligación de cuya tardanza debería avergonzarme. A finales del siglo XIX, Léon Bouly, inventó y patentó un artefacto novedoso capaz no solo de filmar, sino de proyectar lo filmado. Le llamó Cinématographe, y acompañó la patente oficial con su nombre. Decía que la innovación de su dispositivo radicaba en que podría escribir en movimiento. El movimiento, con Bouly, recibía por fin su oportunidad de relatar sus memorias ante nosotros, quienes serviríamos como público y testigo. Tres años después, en 1895, como le ocurrió en situaciones similares a Lippershery, Beeckman, Meucci, Tesla, Göbel, y tantos otros más; los hermanos Lumière compraron la patente, ante los problemas económicos de Bouly, asegurando con esta inversión (aún cuando debe reconocerse que Auguste y Louis tuvieron un mérito enorme en el desarrollo técnico del aparato) su lugar entre los inmortales de la contemporaneidad.

El término cinematógrafo, entonces, como había sido concebido por su inventor original, provenía de dos vocablos griegos. Cinéma, del griego antiguo κῑ́νημᾰ, kī́nēma, a saber, movimiento, y el sufijo -graphe, del griego γράφω, gráphō, que refiere al acto de escribir, dibujar, bosquejar, proponer y cortar (posibilidades que tampoco escapan de mis pretensiones con esta web). Así las cosas, tenemos:

κῑ́νημᾰ Σῑ́σῠφος = kī́nēma Sī́suphos = KINEMA SISYPHUS, esto es, el movimiento de Sísifo.

Ha sido mi intención, al homenajear tanto el carácter circular de su condena como el cruel instrumento que fue forzado a utilizar para cumplirla (y no cumplirla, a la vez), la que me ha llevado a invertir el orden de los factores nominales que bautizan el proyecto. Nótese entonces la preponderancia de esas flechas que se esfuerzan por devenir ideogramas.

Notas:

  1. La pintura que acompaña este texto es un óleo sobre lienzo de 1548-49, intitulado Sísifo, del maestro veneciano Vecellio di Gregorio, Tiziano (Tiziano Vecellio); actualmente en exhibición en el Museo del Prado. Agradezco al museo por autorizar este uso de la imagen.

  2. “Well, I wish I was a catfish,
    Swimmin in a oh, deep, blue sea
    I would have all you good lookin women,
    Fishin, fishin after me
    Sure 'nough, a-after me
    Sure 'nough, a-after me
    Oh 'nough, oh 'nough, sure 'nough”.

    Esta es la primera estrofa de Rollin’ Stone, canción lanzada en 1950 por Muddy Waters, y de la cual se dice habría tenido una influencia significativa en la resolución de un joven londinense de apellido Jones, quien en 1962 bautizaría así, en plural claro está —como mandaba la década— a su banda. The rolling stone gathers no moss (la piedra rodante no recoge musgo) dice el viejo refrán. Tal vez Dylan opinó diferente al respecto, y estamos, por tanto, frente a una discusión que merece ser abordada en un futuro próximo. Lo importante es que, posiblemente, este pie de página responde mejor a lo planteado en el asunto; y ya que resulta imposible obviar que todo título encierra siempre una promesa, prefiero cumplir a cuentagotas de última hora, a no cumplir del todo.

  3. El nombre phuskine.com, como asumo ya reconocerán, ha sido una mera ocurrencia trivial que sintetiza pobremente una locución extensa. No me pondré a justificar, metafísica o esotéricamente que, siendo las sílabas intermedias de las dos palabras que conforman su nombre, estas fueron dispuestas y articuladas como legitimación del elemento organizador de toda cualidad circular o esférica, a saber, el centro, punto interior equidistante a toda circunferencia. De por sí, habrían quedado cuatro letras excluidas al inicio, y dos al final. Aunque, bueno, esto no despedaza por completo la proporcionalidad…
    En fin, atiéndase mejor lo advertido al inicio de este epílogo, phuskine.com, el nombre de la página pues, nació por la necesidad de un dominio web que no decepcionara en una primera cita, aunque no me sorprendería si lo hace en la segunda.