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(Marquis)ette: Cuando el pueblo sepa leer, sentirá vergüenza de entenderlo

¡Ay de ti, mi Colin! ¿Por qué no atendiste mis súplicas de abstinencia? Ahora tu intelecto preclaro se ha visto reducido a hematomas. Mientras recuperas los bríos de antaño, ¡silencio! El libertino tiene que saberse tal, antes de ponerse en marcha. ¡Silencio! Tu asfixia habría de precipitar la muerte del licaón. ¡Él mismo hizo un nudo sobre tí, y comprimió —marquisette, marquisette— tu cuello! En su cobardía, tal vez mediado por el beso suave de un vellocino de oro (o les Malheurs de la vertu), te homologó al Patriarca. ¡Se que no te merezco, mi Colin!

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Nosotros, ¿quiénes?

¿Ajusticiamos en el paredón de fusilamiento a Adelaide por querer escapar de aquella prisión de balbuceos iterativos y espasmos vejatorios, o condenamos a la horca a Red por pretender de vuelta lo que por derecho le pertenece? ¿Se puede juzgar de egoísta a Adelaide que escapó del inframundo apenas siendo una niña? ¿La toma de consciencia de Red le “destinó” a dirigir un colectivo, un proyecto político multitudinario, que permitiera empatar la defensa reaccionaria y procurar corregir las desigualdades estructurales de la sociedad? ¿Buscamos aún buenos y malos, culpables e inocentes? Evóquese el monólogo inmortal: Érase una vez, había una niña y la niña tenía una sombra…

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Un asunto de familia (万引き家族), o de la muerte del Ratón Pérez

Por ello, resulta infértil discurrir sobre los grados de intensidad del amor filial, hecho que angustiaba tanto a Nobuyo. Es una futilidad aspirar a cuantificar si se quiere más a la familia que nos ha sido dada, arbitrariamente, o a la que elegimos, llegando a ella mucho después de nacidos. Para un niño de la edad de Yuri o Shota, cualquiera puede ser familia si les tratan afectiva y respetuosamente… cualquiera. Hasta un ladrón.

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