Lo más reciente
¡Ay de ti, mi Colin! ¿Por qué no atendiste mis súplicas de abstinencia? Ahora tu intelecto preclaro se ha visto reducido a hematomas. Mientras recuperas los bríos de antaño, ¡silencio! El libertino tiene que saberse tal, antes de ponerse en marcha. ¡Silencio! Tu asfixia habría de precipitar la muerte del licaón. ¡Él mismo hizo un nudo sobre tí, y comprimió —marquisette, marquisette— tu cuello! En su cobardía, tal vez mediado por el beso suave de un vellocino de oro (o les Malheurs de la vertu), te homologó al Patriarca. ¡Se que no te merezco, mi Colin!
Lo tuyo fue siempre piedra negra, Castel; anonimidad, ridículo, desprecio. La única transparencia de tu soledad fue la invención de la luz: la negación de tu ceguera. Por ello la ventana fue la clave de tu cuadro; por eso delirás con la sangre de María, inverosímil zumo carmesí de una entrepierna inmaculada.
¿Ajusticiamos en el paredón de fusilamiento a Adelaide por querer escapar de aquella prisión de balbuceos iterativos y espasmos vejatorios, o condenamos a la horca a Red por pretender de vuelta lo que por derecho le pertenece? ¿Se puede juzgar de egoísta a Adelaide que escapó del inframundo apenas siendo una niña? ¿La toma de consciencia de Red le “destinó” a dirigir un colectivo, un proyecto político multitudinario, que permitiera empatar la defensa reaccionaria y procurar corregir las desigualdades estructurales de la sociedad? ¿Buscamos aún buenos y malos, culpables e inocentes? Evóquese el monólogo inmortal: Érase una vez, había una niña y la niña tenía una sombra…
Dracul no es un conde, ni un dragón, ni el nombre de una casa real rumana, sino la nada, el soplo borrascoso de la inexistencia. Un murciélago imperceptible, un nubarrón verde, el éter cósmico de toda rebeldía, un cúmulo de ratas pútridas que chillan por doquier.
¿Dejerías morir a los tuyos por una idea que ni siquiera te es propia? Son las muertes de los otros las que mitigan los bríos de cualquier voluntad. Solo somos inquebrantables cuando ya estamos hechos pedazos. Es la amenaza de vivir su muerte, de enjugarse la consciencia con la sangre de los seres amados sin haber participado en su ejecución. Quien guarda sentimientos nobles por otro, en un mundo fascista y totalitario, expone completamente su vulnerabilidad.
Kauffman nos demuestra el espectáculo de un colapso. La contienda psíquica que suele acabar en una encrucijada paradójica en la cual la facción victoriosa cae derrotada.
¿Sudamos la sangre de nuestras víctimas por culpa o por regocijo? ¿Son sus gritos los que se cuelan en nuestras pesadillas? ¿Se adiciona a la vida del homicida la carga existencial de aquellos a quienes sacrifica?
La desintegración de la maternidad de Cleo es redundancia de una certeza ubicua que asalta todo lo que se pretenda inmutable: incluso el seno de una familia pudiente (pero que no lo puede todo)… Si todos los caminos llevan a Roma, no es necesario buscar en otro sitio las razones de su nombre.
Por ello, resulta infértil discurrir sobre los grados de intensidad del amor filial, hecho que angustiaba tanto a Nobuyo. Es una futilidad aspirar a cuantificar si se quiere más a la familia que nos ha sido dada, arbitrariamente, o a la que elegimos, llegando a ella mucho después de nacidos. Para un niño de la edad de Yuri o Shota, cualquiera puede ser familia si les tratan afectiva y respetuosamente… cualquiera. Hasta un ladrón.
Ha sido mi intención, al homenajear tanto el carácter circular de su condena como el cruel instrumento que fue forzado a utilizar para cumplirla (y no cumplirla a la vez), la que me ha llevado a invertir el orden de los factores nominales que bautizan el proyecto. Nótese entonces la preponderancia de esas flechas que se esfuerzan por devenir ideogramas.
-
In this calm universe, the posture, the gestures, the gradation of the opening of the shōji, become signs of the po… https://t.co/E7jBDkJCW7
-
En este universo calmo, la postura, la gestualidad, la gradación de apertura de las shōji, devienen signaturas de l… https://t.co/mm2DQTnzSe
Si fue primero el huevo o la gallina, es un asunto baladí. En el principio, antes del huevo y la gallina, estuvo siempre el sexo; y, antes del sexo, tanto en el presente como en el momento originario en que Dios dijo la Palabra, el deseo.